Si algo he aprendido es que cada tema que doy en clases frente a un grupo —frente a jóvenes cuya formación es mi responsabilidad— representa la ocasión propicia para reaprender.
Comienzo por leer el o los materiales que contienen el objetivo que se persigue y elaboro mis notas valiéndome de palabras clave, que me indiquen aquello que podría olvidar. Si se trata de una clase donde expondré, trato de que ellos piensen que no sólo estoy dando clases de manera preconcebida, sino que es algo espontáneo. Por ejemplo, en la clase de ética considero de suma importancia que mis alumnos se den cuenta de la practicidad de dicha materia; de ahí que, previa consulta al programa, parta de una plática que parece personal, que eventualmente propicia la participación de ellos.
Después, oriento la charla (por llamarla de alguna manera) hacia mis objetivos específicos; además, otra de las actividades que planeo son los debates, en los cuales, además de que exponen sus puntos de vista sobre algún tema, se dan a la tarea de investigarlo para aumentar su participación.
Lo anterior ha sido una experiencia bastante enriquecedora, toda vez que, en ocasiones, surgen opiniones personales que me permiten conocer y acercarme más a mis alumnos. También busco trabajos en los que logren hacer una introspección. Este esfuerzo, no obstante la imposibilidad para calificarlos de manera cuantitativa, se ha traducido en logros por demás satisfactorios.
Así, cuanto mayor es mi esfuerzo al preparar mis clases, mayores y mejores son los resultados que obtengo y las satisfacciones. Considero que la dificultad no radica en el hecho de qué tan grande es el propio acervo cultural o qué tanto se conoce el tema, sino en la manera en la que se transmitirán tales conocimientos; mas aun: cómo lograr que mis alumnos obtengan sus propios conocimientos. Para ello, busco actividades que complementan su proceso de aprendizaje mediante investigaciones, exposiciones, trabajos en equipo, debates, etcétera.
Aunque en ocasiones el resultado no es inmediato, lo importante es que mis alumnos me ayudan a aprender a través de sus puntos de vista. Además, percibo a la educación como el hecho de permitir al otro llegar a su propia claridad. Al respecto, comparto la idea de Sócrates cuando decía que aquello que se pretende es que el alumno “dé a luz”. De tal manera que yo misma, muchas veces, me he sorprendido al ver el rumbo que toma el aprendizaje de un alumno, con quien yo, por supuesto, soy la primera en aprender. Porque es así como cada día enseño aprendiendo.
Lic. Selene Salas Sánchez